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las distintas formas de sudar un toro

Se puede escribir todo lo que uno quiera sobre el hombre blanco norteamericano y nunca protesta nadie. Ni siquiera el hombre blanco norteamericano. Pero si se escribe algo desagradable sobre cualquier otra raza o clase o sexo, los críticos y el público se ponen furiosos y las cartas llenas de odio comienzan a amontonarse aun cuando parezca que el libro se sigue vendiendo bien. Para odiarte, primero tienen que leerte. Se mueren de ganas de saber qué es lo que vas a decir ahora sobre el mundo. Mientras al hombre blanco norteamericano le importa un carajo sobre él porque domina el mundo; de momento, al menos.

Charles Bukowski. Hijo de Satanás.

No me importa una mierda esto de los toros, la verdad. Argumentos hay para todos, y ninguno es completamente cierto porque nada en esta jodida vida es completamente cierto. Ni siquiera la muerte. No de momento. Gente que ve cosas que no son, constantemente y en toda forma. Gente que rellena su vida conteniendo una inundación con un dedal.

Y diréis: algo es algo, por algún sitio se empieza. Y yo respondo: pues depende. Según y cómo sea el asunto puedes realmente tirarte la vida con el dedal y la inundación. Sobre todo si no quieres ver más allá del dedal, o si no puedes. Alguien me dijo una vez: «no te quejes de la oscuridad, enciende una cerilla». Ok. Pero usa ese segundo de luz para buscar un interruptor. No para coger otra cerilla de la caja.

La gran parte de la gente, la gran mayoría, siempre piensa en sí misma, siempre y en todo momento. En cada situación. Así de simple. Unos ven que España se sigue rompiendo, como si no fuera ya de por sí una construcción artificial, que se mantiene únicamente porque a todos nos da la gana. O, más bien, porque nos da pereza hacer otra cosa con ella, o porque simplemente no se nos ocurre otra cosa que hacer con ella. Si los catalanes tienen una idea, bienvenida sea. Al menos es una idea.

Aunque este movimiento independentista no haya sido más que, en macropolítica, un argumento continuado en el tiempo para conseguir votos centrándolos en un concepto basado en una supuesta o real injusticia. Después esa macropolítica interesada configura una micropolítica más cotidiana, de gente comprando el pan y deseando un país independiente —como si eso fuera realmente posible en alguna parte ya.

Pero estábamos hablando de toros, no de este asunto del nacionalismo catalán, que es otro tipo de miga.

Otros dicen que avanzamos, que nos volvemos más piadosos y más respetuosos con otras formas de vida. Y un puto huevo. Y una mierda enorme y maloliente de huevo. No veo los mismos movimientos sobre cualquier tipo de granja de engorde, y dudo que supongan una animalidad (error, una humanidad, porque sólo la humanidad puede ser cruel en ciertos modos sutilmente refinados) menor que la de las plazas de toros. No me jodas, claro que antropomorfizo, porque soy humano, y pienso que prefiero morir con una espada y vivir al aire libre antes que morir electrocutado después de toda una vida en un cubículo. En eso he centrado mi vida. Pero claro, yo no soy un toro. No debes preguntarme. Y, por supuesto, al toro no puedes preguntarle.

Otros ven el negocio del toro y piensan en las repercusiones económicas que traerá la prohibición. Otro negocio que decae, qué extraño. Venga ya, al fin y al cabo negocios caen día sí y día no, y más ahora. Los modelos cambian, simplemente. Seguro que algún negocio se iría al carajo con la introducción del arado normando en sustitución del romano, y que los viejos movían la cabeza negando y mascullando: «esto va a acabar con todos», y «¿cuántos siervos de la gleba se quedarán ahora sin trabajo?» y bla, y demás, y todo ello. Montemos una SGAE para el mundo del toro y apañado. Aquí en España estamos cogiendo una experiencia nada desdeñable en eso. Somos unos fieras.

Pero claro, todo el mundo siente la necesidad de barrer para casa. Porque (coda) la gente, la gran mayoría, siempre piensa en sí misma, siempre y en todo momento. En cada situación. Sorpresa, sorpresa. Acompáñame, tengo una carta para ti. Y la has escrito tú mismo, por supuesto.

Otros piensan que prohibir es malo. Y evidentemente lo es. En una sociedad de tip@s informados la prohibición es innecesaria. Pero vivimos en un mundo de catetos, casi de completos imbéciles. De cerebros que a duras penas consiguen andar y fumar a la vez sin tropezarse y quemarse algo. No le puedes pedir a una nulidad semejante que se tome el tiempo suficiente como para reflexionar sobre una perspectiva propia del mundo. Pero tampoco puedes, porque no te compete. Lo único que nos podemos pedir es que, al menos, lo que prohibamos lo prohibamos entre todos. Nada más. No más. Nunca más.

Y los mismos que defienden que prohibir la fiesta atenta contra la libertad personal del que compra las entradas argumentan que el aborto no debe depender del sujeto, porque no tiene ese derecho. Y no es lo mismo un toro que un feto y zarandajas semejantes. Bueno, pues cambiemos el aborto por el matrimonio gay. Somos libres para ver un asesinato consensuado pero no para casarnos con un tipo con nuestra misma clase de gónadas.

¿Sospechoso, no?

Y al mismo tiempo, y esto es un quid que se deberá repetir siempre, los que promueven el liberalismo económico sistemáticamente y como principio atentan contra el liberalismo moral (y lo llaman libertinaje, oiga), como si las empresas fueran entes maduros que propagan siempre el bien y, sin embargo, las personas fueran seres satánicos que sólo buscan el mal en cuanto no se las pone en el camino correcto.

Vaya vaya.

Libertad económica, control moral. No suelo ser muy lógico, pero con estos elementos… ¿qué decís?, ¿a dónde conduce esto? Claro. La mayor parte de la gente esta compuesta por redomados imbéciles, pero aún así tienen el soberano derecho de decidir en qué creer, qué pensar. Aunque luego no les dé por hacerlo. O no les apetezca. O se la sude.

Pero esta gente extraña busca el liberalismo económico y el paternalismo moral, y detesta el estado paternalista y el liberalismo moral. ¿Verdad que parece como si alguien estuviese usando dos libros de reglas equivocados para un mismo juego? Lo parece porque, simplemente, lo es —y, claro, el liberalismo económico anula al sujeto, y el paternalismo moral mucho más que tres cuartas partes de lo mismo: soy el pensamiento asqueado de Jack en puro estado de odio reflexivo.

Pero, de nuevo, debo volver al mundo del toro. Aunque es complicado hablar de algo sin reparar en las ramificaciones que como luces de navidad recorren el tapiz de las cosas que componen las cosas. Los hechos son esquivos por varios motivos, y me permito apuntar dos de ellos: 1. siempre deben verse desde un punto de vista y 2. nunca se conocen al detalle, al extremo, en toda su extensión.

Pero sí que es cierto que existe un hilo rojo que recorre el tapiz de lado a lado como una preciosa y ubicua constante cosmológica: la gente, la gran mayoría, siempre piensa en sí misma, siempre y en todo momento. En cada situación.

Mira el tapiz. Obsérvalo despacio. Tú estás imbricado en él como cualquier otro de los hilos que se entrecruzan y lo componen. No intentes salir del tapiz para verlo desde fuera, sea lo que sea que te han contado en el colegio la objetividad no existe, es una posición ideal, nada más. Inalcanzable como una felicidad que dure para siempre. Mira el tapiz.

Y busca el hilo rojo.

No lo pierdas de vista.

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Y ahora mira el asunto este del toro. Verás que un montón de hilos entran y salen del problema, se mezclan con él y o salen por el otro lado o terminan en él. Mira ahora a Mayor Oreja hablando de la venganza por el mundial, y dime que ahora no eres capaz de ver dónde está, y dímelo fuerte porque no te creeré. Porque ahora eres capaz de verle. Mira el independentismo catalán y busca el hilo rojo. Mira a los ecoloclastas y busca el hilo rojo. Mira a la gente que vive de la fiesta y busca el hilo rojo. Mira.

Déjate ahí los ojos.

Date cuenta de cómo se entreteje todo alrededor de esos hilos rojos. Enfermizamente. Cómo van componiendo una buba asquerosa.

¿No te das cuenta de que realmente estás empezando a oír lo que todos y cada uno quieren decir?, ¿no lo que te cuentan, sino lo que realmente quieren decir?

Por supuesto que sí.

Ahora cierra los ojos. Cuenta hasta tres. Respira.

Sé consciente de que jodidamente nadie se está preocupando por el puto toro.

Nadie.

Ni uno solo.

Ahora quizá me entiendas cuando digo: no me importa una mierda esto de los toros, la verdad. Porque la gente, la gran mayoría, siempre piensa en sí misma, siempre y en todo momento. En cada situación.

Detente un segundo y piensa en el toro.

Es lo único que nadie va a hacer realmente por él.

Todo lo demás son fuegos de artificio en una edulcorada noche de verano. Pequeñas y efectivas cortinas de humo.

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