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hacerle preguntas a una mentira

Hacer cosas. Meter las manos en ellas. Terminé con la lectura de Laëtitia o el fin de los hombres, de Ivan Jablonca, con lá única intención de informarme sobre población subsidiada. La lectura fue hipnotizante, y la historia demoledora. Todavía estoy revuelto. Espero poder dejar un comentario por aquí en algún momento. Con la misma idea de intentar construir un fondo para los personajes de la novela en la que ando metido acabé con Trabajo sucio de Larry Brown, que me gustó pero no tuvo nada que ver con el libro de Laëtitia. Me pareció seco, cortante, duro, lleno de filos, peligroso, un libro al que tratar con cuidado. No como si fuera una caja llena de copas de cristal, sino como una llena de nitroglicerina. No me dió la vuelta nada, pero me sugirió un par de detalles en los que fijarme en los que no habría reparado nunca.

¿Y de qué va la mía, en la que meto las manos cada tarde? Pues no tengo ni idea. Según el día. Si hubiera escrito lo que me había propuesto en principio llevaría un par de semanas terminada. La historia es mentira, pero una vez esbozada en los esquemas que pincho en la pared del salón, una vez definida en los borradores previos, una vez lista en el editor de texto, empecé a preguntarme por qué había sucedido así. Es curioso: es una mentira en la que se puede indagar buscando detalles, haciendo preguntas, pidiéndole cosas. No sé qué sentido tiene exactamente eso, pero sé que lo tiene. Los personajes te gritan yo no lo haría así, y tienes que hacer café y sentarte a discutir con ella o él hasta que lo entiende o hasta que lo entiendes. A veces se termina el día y no has llegado a ningún acuerdo. Y los capítulos que tanto te ha costado terminar pierden todo el valor justo cuando los terminas, y sabes que tendrás que empezar mañana de nuevo. No de cero, desde un poquito más dentro, pero sin nada escrito. Escritura, charla, alguien que lo termina entendiendo, empezar de nuevo.

Cada vez que un personaje se queja y yo hago café o hiervo agua para una infusión, o abro una cerveza mientras enciendo un cigarro, crece y se hace más humano. Charlamos, y lentamente lo voy comprendiendo. Entiendo su historia, por qué hizo lo que hizo, en qué estaba pensando.

Llevo tres versiones, que son tres grandes cambios de paradigma más allá de estas conversaciones. Ya conté parte de todo esto. Al final tampoco funcionó lo de las entrevistas, pero el hecho de intentar saber por qué ese personaje sabía tanto me abrió un par de perspectivas interesantes. Y todo sigue cambiando, tomando dimensiones y profundidad, en un juego que juegas contigo mismo respetando las reglas. La coherencia es un balance de equilibrios, como el ajedrez. La coherencia es lo que permite hacerle preguntas a una mentira. La coherencia es lo que diferencia una mentira de una estupidez. No la hace verdad, pero sí factible.

Bajo los hilos de las historias de los personajes está el tapiz de la sociedad en el que indagué el primer mes, mientras pensaba en ello conduciendo por medio país en vacaciones, y es el marco en el que todo sucede y se define. Me inventé un mundo porque no tenía ni idea de qué decir y sí muchas ganas de escribir y no sentir vergüenza al releerlo después, y necesitaba hacerme una idea del entorno en el que me estaba moviendo. Conocer el territorio. Ahora hay conceptos —como inconsistencia, borde y esfera de la expansión entre otros— que son parte de mi vida como la hamburguesa que acabo de comerme o la renovación del carnet de conducir que tengo que hacer la semana que viene. No hay diferencia alguna.

Una mentira se ha instalado en mi vida desde hace un par de meses, y no hace más que crecer. Y creo que eso está bien.

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