Supongo que Hierro dixit: ‘alguna vez un alma encontró aquella que la completaba’. No sé qué idea le rondaba la cabeza, ni si la tónica estaba en perfecto estado o caducada, o si la ginebra era una aleación de Larios y endrinas a partes iguales e insolubles. No sé, supongo que estaba sentado en su escritorio, jodido por algo, y se dijo algo a sí mismo que le pareció bien. Lo escribió, lo leyó, y le siguió sonando bien. ‘Vaya, parece que vamos teniendo un poema’. Y él vió algo de luz mientras nos llenaba de oscuridades a los demás.
En cualquier caso, toda acción siempre parece ser una representación intencional. Haces las cosas con la intención de sugerir algo (de conseguir algo, pero decirlo de este modo es más bestia). Ahí tienes y llevas tu ilocución, en bandeja y maleta de plata sobre ruedas de goma (que no hacen ruido). Ahí declina cualquier responsabilidad (se dice) sobre la acción. Qué eufemismo, lo que termina es tu campo de actuación, la historia se larga del tiesto y te deja oteando, para ver qué demonios pasa ahora. Luego pasa algo, y ahí anda la perlocución. Si coinciden razonablemente una y otra te creces, y te da por pensar que tienes control sobre las consecuencias. Reafirmas tus lazos con la ley de la causalidad.
¿Y si no? Pues te dices que el mundo está gilipollas y no responde como mandan las leyes y sigues con tu causalidad, que no te vas a hacer empirista radical a estas alturas y ponerte con estos Humes y Berkeleys y demás bichos de tamaña ralea a decir «bueno, sí, hoy por hoy… pero bueno, no es algo sobre lo que se puedan fijar inferencias de ningún tipo, más que ya históricas… hay que ser prudente, estimado colega, prudente con la bola de billar, el taco y la mesa…» Y el café se calienta justo después de un minuto y medio en el microondas si y solo si este último está enchufado, con la puerta cerrada, si efectivamente el vaso se encuentra dentro conteniendo café con leche, si tú mismo o alguna otra entidad corpórea con capacidad para ello gira la rosca del tiempo y le da ese golpecito requerido a la puerta y hacia dentro, si efectivamente se permite que transcurra el minuto y medio requerido a tal efecto y, después, si y solo si tú mismo o alguna otra entidad corpórea con capacidad para ello comprueba inmediatamente (en la medida de lo posible y de las restricciones del espacio) la temperatura.
Porque si dejas pasar una unidad temporal a la que podríamos llamar, perfectamente, x, es más que probable que el café esté frío de nuevo.